sábado, 29 de marzo de 2014

El ejemplo de Rómulo, por Ricardo Combellas

Para mí Rómulo Betancourt fue siempre una figura legendaria. Supe de él todavía niño, en el transcurrir de la dictadura de uno de sus archienemigos, el general Marcos Pérez Jiménez. Mi familia materna simpatizaba con Acción Democrática y tenía parientes muy cercanos exiliados en el Perú. A mi memoria regresan los momentos cuando mi madre leía y comentaba sotto voce la gran obra de Betancourt, Venezuela, política y petróleo, publicada en México el año 1956. Conservo una copia del libro, todo un tesoro, cuyas frases más duras tengo entendido que fueron limadas en ediciones posteriores, ya en el período democrático, años de reconciliación política bajo la vigencia del Pacto de Puntofijo. Mi relación con Rómulo fue de admiración, no de adhesión, pues mi figura modélica era en ese entonces Rafael Caldera, pese a que en el año 1968, poseído por la fiebre de la izquierda cristiana, voté por otra figura admirable de la política venezolana enfrentado a Rómulo: Luis Beltrán Prieto Figueroa. Me he topado con el personaje a través de los afectos de personas que me transmitieron sus vivencias y experiencias: el caso de mi tío político, el coronel Oscar Zamora Conde y de mi concuñado hoy fallecido, el médico Carlos Lares Campos, quien en su condición de pediatra, aparte de su corta pero intensa vida política en los años gloriosos del PDN, había tenido una relación muy cercana con la familia de Rómulo, su esposa, hija y nietos. También en lo intelectual me he topado y sigo topándome con Rómulo, por la sencilla razón de ser el padre de nuestra democracia, cierto que con sus feas verrugas como alguna vez comentó, además de lo recio de su pensamiento, un ejercicio desvelado y permanente por comprender y buscar solución a los problemas de la patria. Hoy, una vez más, he vuelto a los andares betancuristas gracias a la lectura de un libro de reciente aparición: Mi abuelo Rómulo, escrito por Álvaro Pérez Betancourt, uno de sus nietos, y Claudia González Gamboa, que por lo demás me ha llenado de grata satisfacción, pues retrata un Rómulo familiar que va más allá del hombre medularmente, existencialmente político que fue nuestro personaje. Se trata de un libro sencillo de agradable lectura, nutrido de anécdotas sobre su vida, donde se nos muestra el calor de sus afectos, la lumbre de su hogar, su sentido del amor y de la amistad, que lo hacen objeto de mi mejor recomendación. Entre las virtudes que nos muestra el libro sobre el personaje, quisiera patentizar algunas que pueden constituirse en ejemplo para los jóvenes que se dedican a la dura pero noble, en la medida en que se dedique al bien común, actividad política, tan mancillada por el oportunismo, el exceso de pragmatismo y la tentación corrupta que tanto florece para nuestra desgracia en estas latitudes. Lo primero que resalta es la tenacidad y el espíritu de superación. Rómulo fue siempre un hombre de muchas lecturas, muy inquieto intelectualmente, donde armoniza la teoría con la praxis, en su pasión de comprensión de Venezuela, sin adornos ni etiquetas. A ello se une el conocimiento profundo del país, su naturaleza, su gente, con énfasis en el pueblo llano y pobre, el sufrido y explotado pueblo venezolano, sus costumbres, su idiosincrasia. Rómulo surgió del pueblo y nunca abandonó su pueblo. Era el objeto de sus desvelos permanentes, pues sin falsa demagogia se comprometió siempre profundamente con sus aspiraciones y necesidades. Otra virtud digna de destacar, y que sobresale a través de la lectura del libro, es la sencillez de su vida, la adustez de sus hábitos, su alergia al nuevorriquismo, la templanza de su permanente actuar, un patrón de conducta tan ajeno a la "Venezuela saudita" que se apoderaría del país, embriagado de petrodólares. Tengo entendido, no me consta, que Rómulo murió triste y contrariado, con la amargura de observar cómo con el paso de los años el proyecto democrático había entrado en una fase de decadencia, producto de sus errores y graves vicios y contradicciones. No supimos cuidar la democracia, la pensábamos eterna, sin advertir la clase política que la procesión de su destrucción la carcomía por dentro, con las consecuencias que hoy duramente vivimos. Mi abuelo Rómulo por último, no por ello menos relevante, nos muestra las necesidades profundas de la solidaridad y el amor y afecto familiar, más para un político de exclusividad como vocación y profesión, como fue el caso de Betancourt, aspecto de su agitada vida que nunca descuidó, sino por el contrario mucho cultivó, un aporte meritorio del hermoso testimonio que nos han regalado Pérez Betancourt y González Gamboa. Publicado en: EL UNIVERSAL martes 18 de febrero de 2014 Autor: Ricardo Combellas http://www.eluniversal.com/opinion/140218/el-ejemplo-de-romulo ricardojcombellas@gmail.com

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